Un fueguito en Lima
Sábado por la mañana. Fría mañana de Lima. Un muchacho sube al bus, en la avenida Bolívar, Pueblo Libre. Lleva casaca negra y naranja, gorra blanca y una enorme sonrisa. Por el parlante que lleva en su cintura se nota que ha subido a vender algo. Me ve con la blanquirroja puesta, avanza hasta mi asiento y estira la mano. Le devuelvo el saludo y, después del apretón de manos, empieza el diálogo.
— ¿Cómo queda el partido?
— Empate.
— Bravísimo, ¿verdad? A mí me da más ganas de ver el partido de ustedes que el de Venezuela.
El joven gira, se dirige otra vez hacia la parte delantera del bus, detrás del chofer, enciende un parlante y, mientras suena la música, va entablando diálogo con los demás pasajeros, preguntando e improvisando rimas como respuestas, siempre a ritmo de rap. El acento no deja dudas. Su alegría y entusiasmo, tampoco.
Este joven venezolano, lejos de su tierra, de los suyos, quizá hoy no vea ningún partido. Ni el Perú vs. Brasil, ni ese Venezuela vs. Bolivia que, quizá, podría darle a su selección la clasificación a cuartos de final de la Copa América que se juega en Brasil. Seguirá ganándose la vida, alegrando la vida de otros.
Ojalá que sí vea que el Perú es, en su gran mayoría, un país acogedor, solidario y agradecido con las oportunidades que otros países le dan a su gente. Humano. Quiero creer que esas noticias -demasiadas, ya- que hablan de maltratos, estereotipos, miedos, celos, xenofobia, no reflejan el país que somos.
El joven no deja de sonreír y hacer sonreír. Decía Galeano que hay fueguitos que encienden. El bus brilla en estos minutos. Casi que arde. Rap, rimas, sonrisas, monedas, agradecimientos...
Poco antes de bajar, el muchacho pasa por mi lado.
— Cero a cero va a quedar.