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FOTO: MAURICIO MORENO. EL TIEMPO.

Papi, ¿tú a qué le tienes miedo?

"Siga siendo un niño y en paz dormirá, sin guerras ni máquinas de calcular". De la canción Vuele Bajo, de Facundo Cabral.

Publicado: 2020-06-20



—Ya, ahora hay que decir lo que nos da miedo. ¡Yo empiezo!

Así, a viva voz, Nicolás abre una de las costumbres nacidas de esta cuarentena. Fue a él, a sus seis años, a quien se le ocurrió convertir la hora del almuerzo en la hora de la familia. O la hora de “Nos conocemos”. En realidad, el juego no tiene nombre. Jugamos a saber qué tanto conocemos al otro, lo que nos gusta, lo que lo hace enojar. Cualquier cosa.

Un día tocó mencionar nuestras frases típicas: decirle al otro cuál es la frase que más repite. Una respuesta por persona. La frase que Luciana, nuestra hija mayor, le recordó a su mamá fue certera. «La frase que siempre usa mamá es: “Ay, me ha dado un sueeeño”». Cómo nos reímos. Y es que Vero es capaz de dormir siestas de cuatro horas, despertarse a las siete de la noche y volverse a dormir a las diez. Quién como ella.

Mencionamos nuestras comidas favoritas, el personaje de cómic que quisiéramos ser por un día, lo que nos gusta de estar en casa, lo que más extrañamos, lo primero que haremos cuando vuelva la normalidad… La normalidad.

En casa no era normal que almorzáramos los cuatro juntos. En esa normalidad de colegio, trabajo y prisas, almorzábamos en horarios diferentes, y no todos en casa. Vaya normalidad, aquella. Alarma, baño, desayuno, prisas, tráfico, colegio, trabajo, almuerzo, más prisas, tareas, más trabajo, más tráfico, cena, más trabajo, pijama, algo de tele, “buenas noches, amor”, la alarma otra vez... Bendito domingo.

No extraño esa normalidad. Eso era una carrera por ganar, por acumular, por destacar. Una maratón interminable por ser. En esa competencia, hacer horas extras en el trabajo -no necesariamente remuneradas- es visto casi como un acto ejemplar de amor; las notas del hijo son motivo de orgullosas conversaciones entre mamás de nido; el distrito donde vives o el origen de tus padres se ostenta o se calla según convenga; comprar un perro de raza es mejor visto que adoptar uno de la calle; y mientras más costoso sea tu auto, Iphone o la ropa que vistes, más cerca estarás de haber alcanzado el éxito. Pobre de ti si no encajas en el modelo.

No extraño esa normalidad. Eso era una carrera por ganar, por acumular, por destacar.

Rutina y competencia. Eso no era vida. Mejor dicho: había poca vida en esa existencia. ¿En qué momento pasamos de trabajar para vivir a vivir para trabajar? ¿No necesita la familia horas extras? ¿Será que desde la escuela nos educan para competir y no para cooperar? ¿Por qué disfrutamos y reímos tan poco? ¿Acaso hacerse adulto significa abandonar la ilusión, la capacidad de asombro, la risa fácil? ¿Necesitamos todas esas cosas que compramos? ¿Por qué llevamos 90 días sin usar toda esa ropa guardada en el closet o el perfume fino que tanto nos costó?

La nueva normalidad

No extraño esa normalidad. Que no es lo mismo que no extrañe nada. Extraño los cumpleaños familiares, el beso a mi madre, una charla chelera con los amigos, ver una película sentado en el último asiento del cine. Y extraño el fútbol, claro. Me hace falta la pichanga de los miércoles con los patas: ganar y perder, putear y ser puteado. Jugar. Ser feliz. Y me siento incompleto sin ir a una cancha: los domingos sin ir al Gallardo a ver a Cristal no son domingo. La tribuna, el color celeste que hermana, acompañar, vibrar. Sentir. Ser niño otra vez.

Me gusta esta nueva normalidad de almorzar en familia y reaprender a ser papá. Pero no romantizo la cuarentena. Es imposible hacerlo cuando pienso en qué será del pata de la pichanga que trabajaba como datero de combis, en el amigo que cerró su zapatería, o en el familiar al que le descontaron el sueldo. Me encanta este inédito tiempo en familia, de postres y juegos de mesa. Pero me duele imaginar el terror de tantas mujeres y niños que hoy conviven con el verdugo en casa.


MIS NIÑOS, QUIÉN COMO USTEDES.

Gracias a Dios, seguimos trabajando sin necesidad de salir de casa. Sí, somos privilegiados. Suena a mala palabra, no lo es. No es malo reconocer que es un privilegio poder hacer trabajo remoto cuando hay compatriotas que tienen que salir a la calle a buscárselas, muriendo por llevar comida a los suyos. Es un privilegio comprar un frasco de alcohol cuando tres millones de peruanos no tienen agua potable. Ser el profesor de tus hijos, aun sufriendo con el internet, es un privilegio en un país donde hay niños que no tienen acceso a la educación virtual.

Ojalá entendamos que la vida es un viaje y no una competencia. Y que estamos llamados a ser personas para los demás.

Ojalá esta pandemia sea el remezón que nos faltaba para empezar a ser un país de verdad. Ojalá dejemos de ser esa sociedad individualista, clasista, pragmática e indiferente, y seamos ese Perú plural que por nuestra rica diversidad étnica y cultural estamos llamados a ser. Ojalá encontremos una nueva forma de vivir. Ojalá en la nueva normalidad disfrutemos más y nos apuremos menos. Y ojalá entendamos que hay cosas más importantes que la plata y el ego. Que la vida es un viaje y no una competencia. Y que estamos llamados a ser personas para los demás.

Dicen que las crisis sacan lo mejor y lo peor de la gente. Ya vemos muchos ejemplos de egoísmo, odio, mezquindad… ¡corrupción en plena pandemia! Pero también hay bondad y amor. Por eso, elijo creer. Confío que esas siete mil muertes de compatriotas nos duelan como propias. Que no sean muertes en vano, y que el Perú tenga por fin un sistema de salud público digno. Confío en que saldremos mejores personas. Más humanos y preocupados por el bien común. No más indiferencia. Y no más esa carrera salvaje para tener cosas que no podemos disfrutar por seguir corriendo para tener cosas.

El almuerzo está por terminar. Es mi turno. Ya mencionaron la oscuridad, las notas del colegio, accidentes...

—Ya, papi, te toca. ¿Y tú a qué le tienes miedo?

Sonrío al ver las miradas de mis dos pequeños, sobre todo del menor: sus ojos vivaces, llenos de curiosidad, esperando mi respuesta. Debe ser lindo eso de albergar en ti solamente ilusión, risas, verdad, pureza. “Quisiera ser un niño para siempre -me dijo un día Nico-. Para que siempre me puedas cargar”.

Pienso mi respuesta. Tengo miedo que el regreso a la normalidad nos quite estos espacios, tengo miedo de terminar justificándome y volver a esa carrera salvaje por tener cosas, tengo miedo de morir por este virus o que muera alguien de la familia. Tengo miedo a fallarles como papá, miedo a que repitan conductas sociales inhumanas, miedo de que no sean felices. Son muchos miedos. Elijo uno.

—Tengo miedo que crezcan.


Escrito por

José Rubén Yerén

Comunicador, cinéfilo, viajero comodón y defensor del fútbol de ataque.


Publicado en

Calladito nomás

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