Es algo inmaterial
¿Qué hace que un equipo gane aun sin merecerlo? ¿Cuánto influye un futbolista en el alma de un equipo de fútbol? La crónica de un partidazo marcado a fuego por los goles, las emociones... y el corazón de un guerrero.
La noche sabatina nos traía un partido cualquiera de fecha uno. Esa aparente falta de urgencia, más la cancha artificial, conspiraban contra el partido ideal. Error. Cristal y Cienciano convirtieron el partido en una final. Hermoso partido. Pasó de todo en el estadio sanmarquino. Un arquero lesionado apenas a los siete minutos, un juvenil debutando, un jugadorazo que mereció premio y se quedó sin nada, la energía transformadora de un veterano de mil batallas; juego, remontada, cinco goles, rabia, locura, lágrimas... Pura emoción. Y en el medio, un partidazo.
El inicio nos mostró a un Cristal que atacaba, pero no dominaba. Demasiado espacio entre compañeros, mucho centro al área y poca energía para recuperar la pelota una vez perdida. Como resultado, ocho jugadores corriendo contra su arco y dos centrales expuestos, dudando y sufriendo. Mérito de Cienciano, que nos fue descubriendo su plan: reactivo, pero muy bien ejecutado. Conducido por un notable Luis García, el Rojo se dedicó a esperar a Cristal, a desesperarlo, a lanzarle pelotas detrás de Távara y a ocupar cada metro con velocidad y criterio. Lo incomodó, lo atacó, le hizo un gol, casi le hace otro, expuso todas las costuras del rival… Casi lo rompe.
El segundo tiempo nos devolvió a un Cristal mejorado. Siguió ocupando terreno rival, pero esta vez con más paciencia, acumulando pases, progresando juntos y, como consecuencia, recuperando la pelota más rápido y más cerca del área rival. Fueron 20 minutos de pleno domino. Más pases, menos centros. Más ocasiones. En una de esas, empató Canchita Gonzáles. Y cuando Cristal construía su segundo gol, apareció García, volvió a pisar la pelota y oxigenar a su equipo. Desde su campo, a ritmo lento, un trote aquí, un pase allá, otro acá... y ya en campo rival, una vistosa asistencia a Trujillo. Zurdazo, 2-1 y de vuelta a empezar.
Con el resultado puesto se dirá que Mosquera acertó. Movió todo: jugadores y sistema. Sacó a sus laterales y reorganizó el dibujo. Dos cambios. Cazulo para agitar adelante e inyectar pasión, y Revoredo para corregir atrás. Defender con menos jugadores y atacar con más. La fórmula, se sabe, no garantiza nada. Cristal dejaba de hacer lo que estaba haciendo bien en ese rato de dominio -juntarse a través del pase- para lanzarse al todo o nada. Le salió. Otro centro -esta vez sí, después de acumular pases- encontró libre a Herrera, quien de cabeza empataba el partido otra vez. Quedaban 10 minutos. Fueron inolvidables.
“Los campeones no se hacen en gimnasios, están hechos de algo inmaterial que tienen muy dentro de ellos. Es un deseo, un sueño, una visión”. Muhammad Ali.
Campo abierto, golpe por golpe, situaciones de gol, Ferreyra salvando a su equipo, Merlo al suyo. Hasta que llegó el minuto 87. Emile Franco, el joven protagonista de la noche, evitaba a puro reflejo el gol triunfal de Cienciano. No terminaban de lamentarse los rojos cuando ya Marchan avanzaba por la derecha, amenazando con hacer realidad esa frase de “goles que no haces…”. Nada más peligroso que un zurdo con la pelota pegada al pie, con tiempo, con espacio y con dos compañeros desmarcándose delante de él. Y ocurrió. Pie debajo del balón, elevándolo lo suficiente para que Herrera lo cabecee y lo mantenga en el aire, entre el último defensor y el arquero. Quizá ni él vio que detrás venía Cazulo, decidido a atacar esa pelota aérea entre dos gigantes.
Decía Muhammad Ali que "los campeones están hechos de algo inmaterial que tienen muy dentro de ellos. Es un deseo, un sueño, una visión”.
Un campeón que desea. Eso es Jorge Cazulo. Tal es la naturaleza del futbolista que tenía al frente Ferreyra. Más que evitar el gol, el Canguro tenía el complicado desafío de batallar contra la fuerza del corazón, contra el optimismo perpetuo, contra el alma de un campeón. Ya habrá tiempo para dedicarle las líneas que merece el capitán de Sporting Cristal, quien, liderando, inspirando y contagiando pasión, sigue erigiendo su linaje de ídolo celeste.
La pelota ya descansa en la red. Es el 3 a 2. Y ahí está el Piki, a sus 38 años, el grito desaforado de gol, la mano agitando el escudo de la camiseta, estampa ideal para el retrato que decorará la habitación de muchos niños de esta nueva generación celeste. Metros más allá, de rodillas, el joven Emile, 19 años, llora y agradece al cielo. Por su debut, por esa tapada milagrosa, por el triunfo. Por su viejo, que ya no está con él, pero lo acompaña siempre. Está también la imagen de Ferreyra, descorazonado pero hidalgo para ir a saludar a su joven colega. Bendito fútbol y sus emociones.
En un año complicado, dentro y fuera el campo, con cambios de entrenador y de estilo, con futbolistas que dudan entre seguir la idea o lo que saben hacer, con apenas con un par de partidos correctos, y ganando otros sin merecerlo, Cristal sigue de pie. Lejos todavía en rendimiento del que se avizora como su rival en el camino a las finales, equipo compacto y convencido, que ganó la Fase 1 y sigue pisando firme, rumbo al título. Pero sigue de pie. Y grita que esto aún no acaba.
Difícil seguir ganando partidos como los que gana este Cristal. Difícil explicarlos, también. Quizá sea la inercia ganadora, el talento que irrumpe, la maña del técnico, la energía de su líder, el peso del escudo, los títulos que suma este plantel… o todo junto. Dejémoslo ahí. En el fútbol no todo resultado se puede explicar.
Y cuando quiera intentarlo, recuerde la frase de Ali.